Eran las siete de la tarde.
Tarde calurosa.
Tarde mediocre.
Mis neuronas se enredan en pensamientos derretidos.
Esta sed continua, a pesar de todo el agua que bebo.
Me he adaptado a la sequía.
Sequía de empatía.
Sequía de caricias.
Pero ocurrió.
Llegó la tormenta, la tormenta de verano.
Y con ella la lluvia que mojaba mis labios.
Jugar a mojarnos.
Tú cantando y yo mirando.
Gritar a los truenos.
Observar cada rayo.
Perdernos con las gotas que mojaban los cristales.
Sin embargo la tormenta paro.
Y volvimos a la realidad.
Tarde de verano.
Tarde de sequía.